Hoy que se celebra el Día de San Valentin y el amor flota por el aire entre cenas románticas, rosas rojas, mensajes de amor y detalles para sorprender a la persona que tanto amamos recordé un viejo garabato que escribí hace algunos años, después de escuchar la homilia dominical durante la cual el sacerdote se refería a la amenaza más grande que acecha a los matrimonios de hoy en dia.
Algunos pudieran decir que la infidelidad, la falta de comunicación, la incompatibilidad de caracteres, los problemas económicos o simplemente que escogimos a la persona incorrecta como compañeros de camino. A decir verdad, pudiera ser cualquiera de las anteriores. Sin embargo, para mi la que representa la mayor amenaza en una relación es el egoísmo. Solo basta con escucharnos hablar para darnos cuenta de cuán egoístas estamos siendo con nuestra pareja. El yo, el mío, lo tuyo, se convierten en la barrera más infranqueable de la relación que nos une. Se nos olvida con mucha facilidad que, a partir del matrimonio, pasamos al nosotros y al nuestro. No es “mira cómo crías a tu hijo”, “tú verás como resuelves ese problema”, “eso no es asunto mío”, “aquí está lo que me corresponde aportar a la casa”, y más frasecitas como éstas. ¡No! Para nada, estamos mal, eso es imposible y nosotros no podemos seguir en ese juego absurdo que no nos lleva a ninguna parte. El día que decidimos dar el sí, también nos comprometimos con el otro a llevar juntos una vida, no una parte de nuestra vida, no un poquito de mi tiempo, no un poquito de las responsabilidades, no un poquito de mi afecto, decidimos estar juntos 100% en todo lo que representa unirnos en matrimonio.
He escuchado con tanta frecuencia esta broma -que vergonzosamente también he hecho mía- que lo único que hace es evidenciar más cuán a la ligera estamos tratando nuestros matrimonios. Escucho amigas decir con toda naturalidad “lo mío es mío y lo de él también es mío, pero que no se meta en mis cosas” (yo también estoy allí, qué barbaridad); o qué tal estas otras “en mi casa se practica el Yoga y el Mantra: yo gasto y él man trabaja” o esta que aún es peor “mujer que no gasta, marido que no progresa”. Hasta ahora me reía a carcajadas cuando las escuchaba, pero realmente de bromas no tienen nada, es totalmente ridículo si quiera insinuarlo. Como es posible que las mujeres nos tomemos tan a la ligera los gastos y responsabilidades de la casa. Que bueno que el esposo se esfuerza y trabaja duro para suplir todas las necesidades del hogar, pero en lugar de tirar el dinero por la puerta de en medio, las mujeres deberíamos convertirnos en sus mejores administradoras. No podemos seguir tomando a la ligera el tema de las relaciones de pareja, ni volvernos tan egoístas e insensibles, sin detenernos a valorar lo que el otro hace por nosotros, es en definitiva el egoísmo el que nos amenaza con fuerza para quebrar nuestra relación. Tenemos que comenzar a pensar en nosotros, a decir en voz alta: lo nuestro, a cree y trabajar juntos en construir una mejor relación basada en ese principio de unidad que nos los enseña la misma Biblia desde el Génesis.
Hay que recordar lo que se nos pide “dejarás a padre y madre para unirte, en un solo cuerpo, en una sola carne a tu mujer”. No dice que se sacrifique uno de los dos, o que cada uno trabaje por separado, ¡no! La ley es clara y a nosotros se nos ha “olvidado” obedecerla, quizás en este afán feminista para no sentirnos “controladas” por el otro, pensamos que, aunque vivamos juntos tener todo por separado nos hace realmente independientes y no es así. Esta reflexión me llega como anillo al dedo. Por años ha sido difícil para mí esta situación. Me casé a los 33 años, siendo madre soltera de una hija de seis, y habiendo comenzado a trabajar desde los 17 años. He sido una mujer independiente económicamente por décadas, sin rendirle cuentas a nadie y sin pedir autorización para gastar o no.
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